viernes, 10 de octubre de 2008

De la Gran Depresión a la Crisis actual

Esta es una columna escrita por Robert Samuelson y publicada en IEco sobre el panorama actual y la Gran Depresión de 1929.

El pánico es el enemigo. Hay paralelismos entre aquella época y el presente, pero también hay grandes diferencias. Hoy, como entonces, los norteamericanos pidieron prestado mucho antes de la crisis: en los años 20 para tener autos, radios y electrodomésticos; en la última década para tener viviendas o valores de viviendas inflados. Hoy, como entonces, la crisis tomó por sorpresa a la gente y es mundial en su alcance.

Pero a diferencia de entonces el gobierno federal es parte importantísima de la economía (el 20% en contraste con un 3 % en 1929) y su gasto –en seguridad social, defensa, caminos– ofrece una mayor estabilización. A diferencia de entonces, los funcionarios de gobierno avanzaron rápidamente –aunque con torpeza– para frenar la crisis.

Necesitamos recordar que las depresiones económicas –si bien son desgarradoras para millones de personas– rara vez se convierten en tragedias nacionales.

La Gran Depresión que siguió al colapso de la Bolsa en octubre de 1929 fue algo distinto. En el peor momento de julio de 1932, las acciones habían bajado casi un 90% desde su pico máximo. La devastación que acompañó a todo este cuadro –quiebras, ejecuciones hipotecarias, colas de gente que no tenía qué comer– duró una década. Aún en 1940, la desocupación era de casi un 15%. Se culpó de todo esto a la inestabilidad inherente del capitalismo, con justicia pero hasta cierto punto.

El pedido excesivo de préstamos y la especulación gobiernan de forma crónica los ciclos de negocios. Pero el verdadero culpable de la duración y profundidad de la Gran Depresión fue la Reserva Federal.
Los consumidores más cautos restringieron sus gastos.

Las bancos y otras instituciones financieras sufrirán más pérdidas. Pero todos ellos son síntomas reales de la recesión. La Gran Depresión fue el resultado de la combinación de una economía débil y de políticas de gobierno perversas. Si podemos evitar errores semejantes, el gran drama de estas últimas semanas podría resultar afortunadamente engañoso.

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